martes, octubre 04, 2005

2. El expediente

Toma el expediente. 1889. La tapa, parecida a la de los actuales pero amarronada, sucia, polvorienta y con olor a viejo. reclama una hija, ni siquiera en mayúscula, cosido con hilo de algodón. Ahora lo abre con cierta aprensión, no solo hongos y ratas, el papel amarillento por los años ha sido de buena calidad, las hojas rayadas que debieron ser tiesas ahora están blandas por la humedad y un poco con la consistencia de tela. Están escritas a mano, tal vez con pluma de ganso. La letra redondeada, grande y las firmas con trazos envolventes. Pasa las hojas rápidamente, con curiosidad. Mira fechas, lugares, la historia.

Todos ellos han muerto. Los protagonistas, los testigos, los que ejercían justicia, los milicos, el cardenal, el gobernador, Rosa, el hijo de Rosa. Esta asincronicidad de nacimientos y muertes disimula el hecho terrible de la muerte. Existe un momento previo, en el que todos, todos lo que al mismo tiempo viven, aún no habían nacido y existe una fecha posterior en la que todos esos mismos, todos habrán muerto. Los más de seis mil millones de seres humanos que hoy viven, en poco tiempo, habremos muerto todos. Esta tragedia se produce en forma fragmentada, paulatina y en consecuencia no parece tan trágica.

Ha muerto Rosa, los que conocían a Rosa, han muerto los que la querían, los que no la querían. Tiraron su ropa, usaron sus cosas que envejecieron. Alguien habrá vivido donde ella vivió. Tal vez exista un registro viejo que informe su nacimiento y pueda existir otro que registre su muerte. Su cuerpo se ha vuelto polvo, su nombre se ha borrado de todas las memorias. Pero queda esto: un expediente que pasó un expurgo, que alcanzó a evitar el fuego, el reciclado, las ratas y las inundaciones. Y más de cien años después, por esas cosas de la vida, está precisamente aquí.